A sólo unos días antes de que arranque el periodo de campañas, el nerviosismo invade a los protagonistas, equipos de campaña y hasta a los ciudadanos, algunos más se encuentran entusiastas por la posibilidad de cambio o continuidad.
El continuo reclamo social respecto al despilfarro de recursos públicos se topa con roca sólida, pues los indolentes candidatos prometen equidad, justicia y austeridad en las “vacas de sus compadres”.
Pero no todos se asumen agraviados con estas prácticas, existe la contraparte que contempla en este periodo una inmejorable oportunidad de cosechar en abundancia, ya sea a través de hueso directo, hueso indirecto o la siempre bien ponderada “maiceada”.
Realmente pocos son los ciudadanos que asumen con seriedad el compromiso civil e incluso fraternal que conlleva el simple y efímero sufragio, basta una simple señal sobre la boleta para entregar el país a la delincuencia o comprometerse por otros seis años con un proyecto que ha dado resultados.
En este contexto los candidatos alinean sus baterías para lo que promete ser una cruenta batalla, todos esperan con impaciencia la apertura legal del periodo electoral, ¡ Un momento!, ¿ Dijimos todos?. Corregimos: Todos excepto Enrique Peña Nieto, quien desapareció de los reflectores, medios e inmisericordes redes sociales.
Los últimos meses han sido una pesadilla en 3D para el oriundo de Atlacomulco, sus contratiempos han develado su frágil intelecto y su arraigada intolerancia de género y clase, ante una sociedad de nivel socioeconómico D- y E, quienes paradógicamente son los compradores de la hueca ideología que empuña.
Podríamos pensar que Enrique Peña es corto y estaríamos en un acierto, pero la ingenuidad procaz no es necesariamente falta de pretensiones y en el deleznable quehacer del embuste, enfrentamos a un adelantado.
Atrás quedó un Enrique Peña Nieto retador y soberbio, vanaglorioso de su abismal ventaja y que amenazaba a sus contrincantes con aplicarles zapato electoral, en presidencias, cámaras y gubernaturas.
¿Pero de qué se esconde?
El simple hecho de imaginarlo agazapado en lo más recóndito de alguna de sus residencias, recibiendo consuelos de la primera dama emergente, disculpas de su clasista hija y velados reclamos de su intrincada red de asesores quienes fincan sus esperanzas en el redentor de los oprimidos improductivos por convicción, no es una visión clara.
¿ Dónde quedaron aquellos días de triunfalismo?, Quedaron lejos, muy lejos, Enrique Peña es el simil perfecto del boxeador que salta al cuadrilátero en los últimos asaltos sin energía ni confianza, esperando que la ventaja obtenida en los primeros rounds o el favor de los injustos jueces avalen la inmerecida victoria.
El abanderado del PRI no tiene argumentos, lógica, ni inteligencia para ganar la presidencia, el tiempo limitado promete un final cardiaco, quizás sea demasiado poco para que Vázquez Mota (quien es la única con posibilidades) sume hacia los “7” de desventaja, sabiendo que el mexiquense venderá cara su derrota y pondrá despensas de por medio a fin de conservar el poder que hasta hace unos meses declaraba suyo.
Las cacareadas reformas de gobernabilidad que pretendía impulsar para tener una presidencia fortalecida tendrán que esperar, pues la máxima priísta reza: “Debilita a tus oponentes aún por encima de México” y dentro de la incertidumbre electoral podrían estarse dando un balazo en el pie.
Pero tanto él y sus asesores lo han entendido bien; Enrique Peña Nieto hace menos daño escondido y con la boca cerrada, por lo pronto nos seguiremos preguntando ¿Dónde está Henry?
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